
Un paradigma (en griego παραδειγμα) es un ejemplo típico de algo: un modelo.
Thomas Kuhn define el paradigma en dos entradas: la primera designa lo que los miembros de una comunidad científica tienen en común (es decir, los valores que hacen el particular de esa comunidad). En el segundo sentido el paradigma Kuhniano es el paradigma clásico, el παραδειγμα en si que significa ejemplo.
Paradigma es una palabra de moda en el imaginario empresarial hoy. Muy común en nuestras épocas cuando queremos describir una mística corporativa, o acaso explicarla a una audiencia.
Ahí como Thomas Kuhn ve el paradigma como ejemplo de una cosa o herramienta comunitaria para auxiliar la descripción de la misma, los paradigmas siempre son recurrentes anteriores al entendimiento del fenómeno por parte del ser humano
En SALS hemos divisado la existencia de un Paradigma Ambrosiano. Mismo sobre el cual se asientan las herramientas pedagógicas que dan forma a nuestra metodología de enseñanza.
El Paradigma Ambrosiano, en el sentido de homogenizadora afinidad de las partes, en este caso de todo los que se asienta en el, refiere de donde viene al tiempo en que va hacia allá: trata pues de reconocer la necesidad del ser humano en la necesidad del Señor. La voluntad de Dios es anterior a todo, Dios protege y provee, Dios es Gloria y Poder. Dios es Poder y Gloria.
No se llega al Padre sino a través de Cristo Jesús, el hijo. Pero con la finalidad de llegar a Cristo (ejemplo masculino de servicio total) tenemos que aprender a relacionarnos con el Espíritu Santo: que alcanza la Providencia y la Gloria a todos nosotros con la finalidad de educar. Es un hecho que no se viene al mundo solamente a comer y beber. Las cosas, igual que no comienzan acá, no acaban acá tampoco. Si Cristo es alfa y omega y Cristo es Dios, Dios es alfa y omega: luego se viene al mundo a aprender de Dios. A ser capaces de sobrellevar la sobrecogedora existencia eterna por nuestros propios medios. Cosa que sin entrenamiento solo Dios puede sostener.
El Espíritu Santo entrena: gratifica y corrige. A cada uno de nosotros estudiantes suyos, nos da lo que nos corresponde en función al mérito. Podemos ser miserables (ladrones, mentirosos, vejadores de la expectativa humana) y quedarnos en la miseria, podemos ser miserables y torcer la realidad a través de hundir en lo profundo nuestras valoraciones a través de la indulgencia propia y paralela, o reconocernos miserables con la finalidad de acercarnos a salir de la miseria
Y el mérito se debe entender, si bien la expectativa humana responde a un estándar (no queremos se nos mate todos) es un hecho que también existe el gusto por las cosas y la capacidad del desarrollo afectivo (donde las cosas adquieren más y más importancia, más y más valor): si bien se puede esperar de todos un mínimo de participación ética, no se puede pedir lo mismo de todos, tampoco gratificar a todos del mismo modo en la medida de sus intereses.
El Espíritu de Dios en primera instancia: el cual uno puede llegar a negar del todo (exponiéndose de peor manera a lo maligno) o aceptar del todo llegando a oír a la voz de Dios (estado de Gracia más grande)
Estar consciente sobre el efecto inmediato que se crea sobre quienes rodean a uno. Y como lo que a uno rodea crea un efecto inmediato en uno: tanto por la vía interna (lo que uno desea) como por la vía externa (lo que uno necesita)